Los jóvenes de hoy en día son en su mayoría españoles correctos que buscan con su trabajo y esfuerzo el avance de la nación. Pero últimamente han surgido unos infraseres (ya que no se les puede considerar personas), cuyas edades oscilan entre los dieciséis y los veinticinco años, que con sus ideas, vestimentas y actitudes pervierten el espíritu forjado en este país desde 1492. Estos monstruos, fruto del libertinaje al que se ve asumido el mundo Occidental, son llamados jipis.
Los jipis suelen ser hijos de la clase alta y media, que en un acto egoísta e inhumano abandonan las buenas costumbres que en sus casa les han enseñado, para empezar a vestir como mariquitas, dejándose el pelo largo y tomando todo tipo de estupefacientes, acto que en el fondo sólo es fruto de un desesperado intento de su subconsciente de liberarse de la penosa realidad a la que se han visto abocados.
¿Pero qué hacer cuando estas abyectas personas se acercan a su lugar de residencia? Puede que parezcamos inmunes, gracias a la naturaleza fuerte y corajosa de la raza hispánica, a sus tretas y formas licenciosas de vida, pero más de un español de pro ha caído en sus garras. Así que lo primero que debemos hacer al verlos es poner a todo volumen un disco de Manolo Escobar a la par que releemos alguno de los episodios nacionales. Cerrar las puertas de nuestra morada y no establecer ningún tipo de contacto con ellos es básico también. Lo último que haremos será llamar a la Guardia Civil, que con su talante y buenas maneras harán desaparecer esta plaga de su vecindario.
Así que recuerden, los jipis son uno de los mayores peligros a los que se enfrenta la sociedad española y nuestro deber es luchar contra ellos para conseguir el bien común y mantener la felicidad a la que nos ha llevado el Caudillo.