martes, 31 de agosto de 2010

Ornitología

Ser un observador pasivo no significa que te den por culo mientras te dedicas a mirar pájaros a través de unos prismáticos, a eso se le llama ser una pasivorra ornitofílica. Ser un observador pasivo significa llegar a un local en el que está tocando un mamarracho con gafas de 3D rollo ochentero, sentarte al fondo, pedirte una cerveza, coger el cigarro con elegancia y, que una amiga de la chica que va a tocar después del mamarracho te diga que su amiga es muy buena y que espera que te guste. Te la quedas mirando, sin saber que decir, eres un observador pasivo, no estás programado para interactuar con nadie, no debes, el hacerlo eliminaría toda tu esencia y te convertirías en quarks que volarían hacia Andrómeda pero, dos tetas tiran más que dos carretas. Así que le dices que la escucharás con atención, que esperas que sea tan buena como ella dice, le ofreces un cigarro, no fuma, la miras, aún no acabas de sentirte cómodo en tu rol de participante, así que tu habitual verborrea desaparece momentáneamente. Lo suficiente para que la chica vuelva hacia el escenario, se siente con sus amigas y el pesado capullo de las gafas de 3D ni siquiera ha acabado su patético show. Ahora ya no eres un observador pasivo, te ves obligado a hablar con la gente. Primero un viejo alcohólico con un tatuaje en el brazo, antiguo rocker me explica, aparece un rocker más joven (40 años más o menos), saca una especie de grasa de ballena y se la unta en el pelo, a la vez que se pasa un peine, dejando un tupé magnífico. Ambos me parecen personajes miserables, aunque mi nueva naturaleza me los muestra como seres interesantes con los que interactuar. Hablo con ellos. Me meto con el más joven, al mayor lo respeto y escucho, así me enseñaron que debía tratar a mis mayores. Aparece Eddie Lamarck, ahora recuerdo a lo que había ido al local, a escucharle pinchar. Se pone a los platos (saca al rocker, que estaba poniendo algo de doo-wop) y empieza a sonar algo maravilloso, enrevesado, envolvente, precioso al fin y al cabo. Me pongo a bailar. Nadie baila. Que les den. Ahora estoy en una especie de lugar vital intermedio, observo y me observan, pasivo y activo, analista y analizado. Veo como un skin de metro ochenta se pone a bailar para ligar con una chica mona. Su truco consiste en dejar un botellín de cerveza en el suelo y empezar a realizar unos pasos que se sitúan entre los dados por los asistentes a un concierto de Skatalites y los de las maravillosas coreografías de los Umpa-Lumpas de la Fábrica de Wonka. No creo que le funcione. La chica se pira. Él por desgracia sigue, animado por los rockers y una serie de personajes variopintos.

Para acabar esta historia debo dejar clara una cosa. No me ligue a la tipa esa. No, estuve hasta las tres bailando. Luego caminé media hora con los botines, cuesta arriba, hacia casa. Pero llegué a mi cama y estaba contento. ¿Moraleja? El entorno nos moldea y transforma. Nuestras necesidades y naturalezas vitales son cambiantes y el Universo lo creó Dios y Ronald Reagan es su mesías.

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