miércoles, 10 de febrero de 2010

La canción del chaval

El chaval se levanta pronto por la mañana. No es que tenga ganas de levantarse pronto, pero algunas ideas flotan por su mente y cual grúas le elevan a una verticalidad peligrosa. Tiene resaca y camina a trompicones por la habitación. Tira un quinto de cerveza, suerte que está vacío. Entra en el lavabo. Se mira. No ve mucho, no lleva las gafas. Las ha olvidado encima del brazo del sofá que le hace de cama. Entra en la ducha. Mierda, se ha olvidado de sacarse la camiseta. Se saca su camiseta de Morrissey, la tira encima del váter. Tiene ganas de mear. ¿Mear en la ducha o salir al váter? Demasiado tarde, ya está meando. Coge el teléfono y con el chorro de agua envía la orina hacia un agujero. Antes decía abujero, ya no, ahora es universitario y habla correctamente. El agua está caliente, se moja el pelo, que huele a humo y, el cuerpo, que desprende una fragancia aginebrada que no le resulta desagradable. Cuando sale de la ducha es una persona nueva. Pero la novedad le dura poco y vuelve a sentirse cansado y resacoso. Se cepilla los dientes y al escupir deja un escupitajo mezcla de verde licor del polo y sangre. Toma agua y vuelve a escupir, ya no hay sino unas pocas trazas de licor del polo y bastante sangre. Sale del baño con su albornoz y se pone lo primero que encuentra. Unos pantalones, que, mierda, están rotos por abajo. Le da igual, ya se pondrá una camisa larga. Las camisas largas huelen a tabaco. Las va oliendo una a una durante un buen rato y se queda con la que sólo huele a tabaco. Se pone las bambas y coge la parca. Gafas de sol, 10 euros en el bolsillo, un paquete medio vacio, y una sonrisa en su cara. "Hoy va a ser otro gran día" se dice a si mismo, mientras su subconciente grita: "¡CAFEÍNA!"

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